La empatía emocional que comunica una escenografía desde el primer instante en que es “visualizada” por el espectador; sigue comunicando en la medida que es participada por los actores; luego sigue haciéndolo a través del diálogo que se produce entre ella y la iluminación y los demás objetos que inciden en la escena; además comunica también gracias a los cambios estructurales que ésta sufre a veces en la representación: gira, sube, baja, desaparece, aparece, cambia, se destruye. Luego, en su categoría de signo, muchas de las escenografías tendrán el poder de seguir comunicándonos apagadas las luces del escenario. Es ese el momento que nos interesa investigar.
En los últimos tiempos, se ha producido en el teatro, un evidente desplazamiento, dice Juan Villegas, del interés desde el texto verbal -texto dramático- hacia el texto espectacular -verbal, visual, auditivo-. Estos cambios está muy liguado y relacionados con los cambios de una época a otra, (que podría ser desde una Modernidad hacia una Postmodernidad) y con la concepción del lenguaje que se tiene en dicha época de cambio. Tales cambios con respecto al lenguaje determinan otros cambios que tienen que ver con la concepción del objeto, de lo simbólico.
El arte de la comunicación a lo largo de los últimos años nos habla de premura, ambiguedad, relativismo, una conjunción y compendio de esquemas mentales que aunque banales hacen de la escenografía una melodía que une la linguística, la iluminación los gestos de los actores y a veces hasta el propio silencio, la elocuencia breve a veces que resume una mueca, un rostro congelado, todo para transmitir en un «halo», en un suspiro miles de emociones a los espectadores.
La semiología teatral tiene sus orígenes en la década de los 30 en el Círculo Lingüístico de Praga, sin embargo, no alcanza real divulgación hasta los años 60 y 70. Es interesante percatarnos que esta importancia semiológica, ésta divulgación de esta “nueva disciplina” ó “nuevo estudio”, se hace fuerte en un momento lleno de cambios y revoluciones, incluso, un momento que para algunos corresponde a la rotura de la modernidad.
El mensaje teatral es complejo e irrepetible, normalmente el público que va a divertirse y dejarse llevar por la obra, no llega a descodificar el mensaje, pero el buen crítico tiene en cuenta todos los elementos desde el principio hasta el final. Nos sumergimos pues en el entendimiento de que para ser espectadores abstractos, irónicos que hacen un análisis racional y motivacional no solo del decorado, de la música, de los gestos y del lenguaje, estaríamos hablando de una inteligencia emocional lo suficientemente amplia como para poder sobrepasar las barreras banales y superficiales que de manera común puede ofrecer toda representación escénica, es decir, llegar al punto de inflexión, superar, lo mítico, lo romántico, el idealismo y lo filosófico y desarrollar la ironía en un esquema mental simbólico lleno de intuiciones narradas, y es en la narración lo que queda en la memoria, las analogías, y una vez más el simbolismo.